viernes, agosto 15, 2014

Disculpe, pero Israel no tiene ningún derecho a existir




Sharmine Narwani شارمين نرواني

Traducido por  Javier Fernández Retenaga
fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=13090
english:  http://english.al-akhbar.com/blogs/sandbox/excuse-me-israel-has-no-right-exist


La expresión “derecho a existir” se introdujo en mi universo conceptual en los 90, en el momento en que la idea de la solución de los dos Estados empezó a formar parte de nuestro vocabulario colectivo. En cualquier debate en la Universidad, cuando un sionista se quedaba sin argumentos, para poner fin a la discusión invocaba estas tres mágicas palabras con un indignado: “¿Estás diciendo que Israel no tiene derecho a existir?”.

Por supuesto, no se podía cuestionar el derecho de Israel a existir; eso era como decir que negabas el derecho fundamental de los judíos a tener... derechos, cargando además sobre tus espaldas toda la culpabilidad ligada al Holocausto.
Sólo que, por supuesto, yo no soy culpable del holocausto, y tampoco los palestinos. El programa sistemático de limpieza étnica en Europa ha sido utilizado de forma tan despiadada y oportunista para justificar la limpieza étnica de la nación árabe palestina que ese argumento no me conmueve en absoluto. Hasta he llegado a sorprenderme, ¡impresionante!, levantando la vista al cielo al oír mencionar el Holocausto e Israel en la misma frase.
Lo que por el contrario me deja boquiabierta en esta época de la “solución de los dos Estados” es la desfachatez de la mera existencia de Israel.
Qué fantástica idea, esa de que un grupo de extranjeros procedentes de otro continente se pudieran apropiar de una nación ya existente y poblada, y convencer a la “comunidad internacional” de que eso era lo que moralmente había que hacer. Tal desfachatez movería a risa si el asunto no fuera tan serio.
Más impúdica aún es la limpieza étnica masiva de la población indígena palestina por parte de judíos perseguidos que acababan de sufrir la limpieza étnica en sus propias carnes.
  



Pero lo que verdaderamente asusta es la manipulación psicológica de masas para hacernos creer que los palestinos son de alguna manera peligrosos, “terroristas” que tratan de “arrojar a los judíos al mar”. Como persona que se gana la vida con las palabras, encuentro fascinante el uso del lenguaje para crear una percepción particular de la realidad. Esta práctica –a menudo denominada “diplomacia pública”– se ha convertido en un instrumento esencial dentro del mundo de la geopolítica. Al fin y al cabo, las palabras son los cimientos de nuestra psicología.
Tomemos, por ejemplo, el modo en que hemos llegado a contemplar la “disputa” entre Israel y Palestina y toda solución de este sempiterno problema. Y aquí me permito reproducir algunos extractos de un artículo mío anterior…
EE.UU. e Israel son los creadores del discurso global en torno a este asunto, estableciendo rigurosos parámetros cada vez más estrechos con respecto al contenido y la dirección que ha de tomar este debate. Hasta hace poco, toda discusión fuera de los parámetros establecidos era ampliamente considerada como alejada de la realidad, contraproducente e incluso subversiva.
Sólo pueden participar en el debate aquellos que comparten sus principios fundamentales: la aceptación del Estado de Israel, su hegemonía en la región y su superioridad militar; la aceptación de la precaria lógica en la que se basa la reivindicación de Palestina por parte del Estado judío, y la aceptación de la inclusión o exclusión de determinados partidos, movimientos y Gobiernos de la región en cualquier solución del conflicto.
Palabras como paloma, halcón, militante, extremista, moderados, terroristas, islamofascistas, negacionistas del Holocausto, amenaza existencial o mulá loco determinan la participación de ciertas personas en la solución, y pueden excluir a otras al instante.
A esto se añade un uso del lenguaje que protege de todo cuestionamiento el “derecho de Israel a existir”: todo lo que apela al holocausto, al antisemitismo y a los mitos acerca de los derechos históricos judíos al país que les fue legado por el Todopoderoso, como si Dios fuera un agente inmobiliario. Este lenguaje trata no sólo de impedir cualquier cuestionamiento de las reivindicaciones judías sobre Palestina, sino que busca sobre todo castigar y marginar a quienes impugnan la legitimidad de este experimento colonial moderno.
Pero este pensamiento colectivo no nos ha llevado a ningún lado. No ha hecho más que ocultar, distraer, desviar, eludir y minimizar, y no ha hecho que estemos más cerca de una solución satisfactoria..., porque la premisa es errónea.
No hay solución a este problema. Es el tipo de crisis en que se constata el fracaso, se advierte el error y hay que cambiar el rumbo. Israel es el problema. Es la última experiencia colonial de los tiempos modernos, llevada a cabo en una época en la que tales proyectos se venían abajo en todo el mundo.
No hay un “conflicto palestino-israelí”; esto sugiere que existe alguna clase de igualdad con respecto al poder, el sufrimiento y los elementos concretos negociables, y no hay ninguna simetría en esta ecuación. Israel es el ocupante y opresor, los palestinos son los ocupados y oprimidos. ¿Qué hay que negociar ahí? Israel tiene la sartén por el mango. Israel podría devolver parte de las tierras, propiedades, derechos, pero incluso eso es un absurdo, ¿qué hay de todo lo demás? ¿Por qué no devolver TODAS las tierras, las propiedades, los derechos? ¿Por qué tendrían derecho a conservar algo? ¿Por qué la usurpación de tierras y propiedades anterior a 1948 es fundamentalmente diferente de la usurpación de tierras y propiedades posterior a esa fecha arbitraria de 1967?
¿Por qué los colonos de antes de 1948 son diferentes de los que han colonizado y se han asentado después de 1967?
Permítanme que me corrija: los palestinos tienen una carta en la mano que hace salivar a Israel, la gran reivindicación en la mesa de negociaciones en la que parece apoyarse todo lo demás. Israel ansía el reconocimiento de su “derecho a existir”.
Pero Israel ya existe, ¿no es así?
Israel teme la “deslegimación” más que cualquier otra cosa. Tras el telón de terciopelo se oculta un Estado edificado sobre mitos y relatos, protegido sólo por un gigante militar, miles de millones de dólares de ayuda estadounidense y un único derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Nada más separa a ese Estado de su desmantelamiento. Sin esas tres cosas, los israelíes no vivirían en una entidad que se ha convertido en “el lugar más inseguro del mundo para los judíos”.
Excluyamos la propaganda del discurso y pronto nos daremos cuenta de que Israel carece de los elementos más básicos de un Estado normal. Tras 64 años, aún no tiene fronteras. Tras seis décadas, nunca ha estado más aislado. Más de un siglo después, todavía necesita un ejército gigantesco sólo para evitar que los palestinos regresen a casa.
Israel es un experimento fallido. Necesita estar intubado. No hay más que quitarle los tres goteros y ya es cadáver, vivo sólo en la imaginación de algunos extranjeros que creyeron que podían cometer el atraco más grande de la Historia.
Lo más importante que podemos hacer desde la óptica de un solo Estado es deshacernos rápidamente del viejo lenguaje. De todos modos, nada había en él de real, no era más que la jerga de ese “juego” particular. Construyamos un nuevo vocabulario de posibilidades: el nuevo Estado representará el comienzo de la gran reconciliación de la humanidad. Musulmanes, cristianos y judíos viviendo juntos en Palestina, como antes lo hicieron.
Los que no estén de acuerdo pueden irse a otra parte. Nuestra paciencia es cada vez más precaria, como las paredes de los chamizos que los refugiados palestinos han llamado “hogar” durante tres generaciones en el purgatorio de los campos.
Estos refugiados explotados tienen derecho a una bellas viviendas, esas que tienen una piscina en el patio y una arboleda de palmeras a la entrada. Porque la compensación que se les debe por este experimento occidental fallido nunca será suficiente.
Y no, nadie odia a los judíos. Ese es el argumento de último recurso que se nos grita en los oídos, el último “cortafuegos” para proteger a este Frankenstein israelí. Ya no tengo siquiera ganas de añadir las advertencias habituales que supuestamente probarían que no odio a los judíos. Simplemente no puede probarse y, francamente, es la falacia del “muñeco de paja”. Si los judíos que no vivieron el Holocausto sienten aún dolor por él, deberán arreglárselas con los alemanes. Que les reclamen un buen trozo de suelo alemán, les deseo buena suerte.
Y a los antisemitas a los que se les hace la boca agua con un artículo crítico con Israel, les aconsejo que busquen en otra parte, son parte de la causa que ha provocado este problema.
Los israelíes que no quieran compartir Palestina con la población indígena palestina en igualdad de derechos –los que no quieren renunciar a lo que exigieron renunciar los palestinos hace 64 años–, pueden echar mano de su segundo pasaporte y regresar a casa. Los que se queden harían mejor en adoptar una actitud positiva, los palestinos ya han dado muestras de saber perdonar. Las matanzas que han sufrido por parte de sus opresores –sin respuesta proporcional– demuestran una contención y fe destacables.
Esto no representará tanto la muerte de un Estado judío como la desaparición de los últimos vestigios del colonialismo moderno. Es un rito de paso, todo irá bien. En este momento crucial del siglo XXI todos somos, universalmente, palestinos. Poner fin a esta injusticia es una prueba para toda la humanidad, y nadie puede permanecer con los brazos cruzados.
Israel no tiene derecho a existir. Rompamos la barrera mental y simplemente digamos: “Israel no tiene derecho a existir”. Pronúncienlo, tuitéenlo, colóquenlo en su página de Facebook, no se lo piensen dos veces. La deslegitimación está ahí, no teman. Palestina nunca será tan dolorosa como Israel siempre ha sido.





Gracias a: Tlaxcala
Fuente: http://english.al-akhbar.com/blogs/sandbox/excuse-me-israel-has-no-right-exist
Fecha de publicación del artículo original: 17/05/2012
URL de esta página en Tlaxcala: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=13090

No hay comentarios.:

Publicar un comentario