Después de reseñar en un artículo reciente (
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=119026)
Planeta de ciudades miseria,
uno de los últimos trabajos del sociólogo californiano Mike Davis, me
gustaría dedicar éste a otra de sus obras fundamentales en la que
apartándose de sus escenarios habituales, centrados sobre todo en la
degradación actual de la vida urbana como consecuencia de las políticas
neoliberales, realiza una incursión en el pasado para reunir argumentos
que muestran las circunstancias históricas que determinaron la formación
de lo que ahora denominamos Tercer Mundo. El libro, cuyo título
original completo es
Late Victorian holocausts. El Niño famines and the making of the Third World, fue publicado por Verso en 1991, y de él hay una version española (
Los holocaustos de la era Victoriana tardía,
Publicacions de la Universitat de Valencia, 2006; trad. de Aitana Guia i
Conca e Ivano Stocco). Se trata de un estudio riguroso y demoledor que
analiza las devastaciones del colonialismo durante las décadas finales
del siglo XIX y el papel determinante que éste tuvo en la pauperización
de la mayor parte de la población mundial.
La primera
sorpresa que nos reserva la obra es la magnitud de la tragedia que se va
a estudiar. Estamos hablando de hambrunas que en tres episodios entre
1876 y 1902, y sumando sólo tres de sus escenarios: India, China y
Brasil, arrebataron la vida a un número de seres humanos comprendido
entre 31,7 y 61,3 millones, según diversas estimaciones. La segunda
sorpresa, más mortificante aún si cabe que la primera, es descubrir que
estas muchedumbres hambrientas tras desaparecer del mundo han
desaparecido también de la historiografía. Como apunta Davis: “Casi sin
excepción, los historiadores contemporáneos que escriben sobre la
historia mundial del siglo XIX han ignorado las megasequías y hambrunas
que arrasaron lo que ahora llamamos Tercer Mundo.” Al parecer, se trata
de holocaustos que no sólo no han conseguido ser el Holocausto, sino que
ni tan siquiera existen. Son los vencedores los que escriben la
historia. No es éste un olvido inocente, pues se trata de muertes que
contradicen la narrativa oficial sobre la historia económica del siglo
XIX. Los ferrocarriles que se extienden en la India, por ejemplo, no son
vehículos de progreso, sino herramientas de despojo y de muerte. En
China, por su parte, los regímenes sociales establecidos por la dinastía
Qing y que evitaron desastres mayores en el siglo XVIII, fueron
desmantelados en el siglo XIX debido a la extorsión ejercida por las
potencias coloniales.
La primera y la segunda partes del libro
presentan en detalle los datos del desastre. El texto va ilustrado
además con grabados y fotografías de la época que nos acercan a sus
víctimas anónimas. Aunque se trata en muchos casos de episodios
climáticos con escasez de agua y pérdidas de cosechas que fueron las
peores en muchos siglos, se pone en evidencia que siempre había
excedentes de alimentos en alguna región próxima que podían haber
aliviado la situación, mostrando claramente que son también el mercado y
sus leyes inexorables los que asesinan. En la India británica bajo los
virreyes Lytton, Elgin y Curzon, el dogma de la doctrina de Adam Smith y
el interés imperial permitieron que se realizaran exportaciones a la
metrópoli mientras algunas áreas de la India eran arrasadas. Así, entre
1875 y 1900, un período que registra las mayores hambrunas de la
historia de la India, las exportaciones anuales de grano crecieron de 3 a
10 millones de Tm, equivalentes a la nutrición anual de 25 millones de
personas. Hay que considerar además que, en esa época, la India era
obligada a dedicar una parte sustancial de su presupuesto (más del 25%) a
costear las aventuras militares expansionistas del Imperio Británico.
De esta forma, las masas de la India financiaban generosas la misma
maquinaria que las mataba de hambre. Se analiza también en esta parte
del libro cómo los cambios impuestos por el imperialismo en los cultivos
tradicionales fueron determinantes en muchos casos para explicar la
magnitud del holocausto.
Pero no es sólo ésta la responsabilidad
del imperialismo, se ofrecen también numerosos ejemplos de cómo la
expansión colonial va sincopada con los ritmos de los desastres
naturales y epidemias. Como señala Davis: “Cada sequía global da luz
verde para una carrera imperial por el territorio. Si la sequía del sur
de África de 1877, por ejemplo, fue la oportunidad que Carnavan tomó
para atacar la independencia zulú, la hambruna en Etiopía de 1888-92 fue
como un mandato para que Crispi construyese un nuevo imperio romano en
el cuerno de África. Igualmente, la Alemania de Guillermo II explotó las
inundaciones y la sequía, que devastaron la provincia de Shandong a
finales de la década de 1890, para expandir su esfera de influencia en
el norte de China; simultáneamente, Estados Unidos usaba las
enfermedades y las hambrunas causadas por la sequía como armas para
hundir la República de las Islas Filipinas de Aguinaldo.” Son éstos sólo
unos pocos ejemplos que se describen en detalle y se multiplican en el
texto. Por otra parte, si en las primeras hambrunas la resistencia se
manifiesta sólo en motines locales, en las posteriores aparecen ya
movimientos organizados de los que los ejemplos más notorios son los
Bóxer chinos o los milenaristas brasileños exterminados en la guerra de
Canudos.
El papel de la naturaleza en esta historia sangrienta
se analiza en la tercera parte del libro. Los mecanismos complejos que
determinan los episodios globales de sequía no fueron desentrañados
hasta la década de 1960, cuando Jacob Bjerknes mostró cómo el Pacífico
ecuatorial actúa como motor térmico del planeta y coordinado con los
vientos alisios es capaz de incidir en los patrones de precipitación a
escala mundial. Son los famosos fenómenos El Niño, nombrado por ir
ligado a un calentamiento de las aguas en las costas de Ecuador y Perú
que ocurre hacia Navidad, y la Niña, en que se observan efectos opuestos
a los de El Niño. El Niño se debe en realidad a una inversión en el
patrón de circulación dominante (hacia el oeste) de vientos y corrientes
oceánicas en el Pacífico central. El flujo anómalo de aguas
superficiales cálidas hacia el este, al que acompaña su marquesina de
tormentas tropicales, provoca precipitaciones inusuales en la costa
occidental de América, al tiempo que la situación se invierte en el otro
margen del océano y la sequía se extiende por India, China y el sudeste
de Asia, donde las lluvias monzónicas pueden faltar algunos años, y
también por el nordeste de Brasil. Los fenómenos La Niña pueden seguir a
El Niño, por lo que en los años siguientes a las sequías es frecuente
que se den espantosas inundaciones. La cronología de los procesos El
Niño y La Niña a través de la historia es bastante errática aunque en
ocasiones muestran una cierta periodicidad. Se discute también la
relación que puede existir entre la proliferación reciente de fenómenos
El Niño muy intensos con el calentamiento global.
La cuarta y
última parte explora algunos factores económicos que pueden haber sido
determinantes y no han sido considerados previamente en el libro: las
consecuencias de los asentamientos coloniales, el efecto del nuevo
patrón oro, impuesto por los ingleses y que les permitió un saqueo
salvaje de los recursos de la India, el declive de los sistemas de riego
autóctonos, etc. El resultado de los procesos que se estudian es que
partiendo de una situación a finales del siglo XVIII en que las
diferencias entre sociedades no eran significativas comparadas con las
diferencias existentes dentro de las distintas sociedades, y en la que
un campesino indio o un campesino francés, por poner un ejemplo, tenían
un estándar de vida similar, con un nivel muy por debajo de sus clases
explotadoras respectivas, se alcanza al final de la época victoriana una
situación bien distinta. En el nuevo mundo que surge de unos desastres
naturales exacerbados por la exprimidora colonial, las desigualdades
entre naciones eran tan profundas como las diferencias de clase. El
Tercer Mundo había sido fabricado. En ese horror seguimos y cada día que
pasa el crimen se renueva y se agrava.